El deseo de aprender sobre las claves del desarrollo local me trajo del sur hasta aquí. Primero fueron lecturas que hacían referencias o contaban del modelo Albarracín. Después, la visita donde comprobé, felizmente, que era verdad y que, efectivamente, era una experiencia de desarrollo ejemplar, de la que aprender. Así, con el tiempo, el mejor conocimiento y el encuentro más profundo, hasta la admiración sin matices.
Quiero dedicar mis palabras a la perspectiva del proyecto Albarracín como ejemplo de desarrollo territorial, entendido como acción de calado y dimensión que consolida o crea opciones y calidad de vida para la gente de un lugar.
Al analizar por qué ha sucedido esto, descubres que aquí están presentes y se han conjugado magistralmente los elementos principales un proyecto de desarrollo de excelencia. No me detengo en lo rico del lugar y su patrimonio, quiero incidir en la maestría que hilvana factores y voluntades, que es lo que marca la diferencia principal entre el decaimiento de unos pueblos y el dinamismo de otros. Aquí hubo y hay visión, proyecto, confianza en las posibilidades, determinación, capacidades múltiples, liderazgo sano, estrategia meditada, complicidades y colaboraciones organizadas, continuas y serias, de instituciones públicas, entidades privadas y personas (Fundación); conocimiento, inteligencia, creatividad, rigor y calidad en la gestión, priorización estudiada en la inversión, proactividad, profesionalidad, pasión, compromiso y mucho, mucho trabajo.
Desgrano algunas de las características que lo definen y que confirman y explican más su bondad y su éxito. Es un proyecto propio, genuino, singular, ilusionante, ambicioso, integral, participado, de innovación productiva, activador de sinergias positivas, revulsivo, provocador de transformación estructural, continuado en el tiempo, capaz de cambiar tendencias, de seducir, conformador de capital social, generador de negocios, de empresas, de empleos, etc. Un proyecto de desarrollo endógeno pero abierto al mundo. Y, por si faltaba algo, recuperador de patrimonio, cultura, identidad, orgullo de ser.
En estos tiempos de incertidumbre, de necesidad de caminos que abran posibilidades. Cuando tanto se habla de cómo frenar ese vaciado de las zonas rurales, de reto demográfico. Cuando todos los discursos han incorporado el desarrollo rural, los buenos ejemplos de cómo se hace, no abundan. Albarracín es uno sobresaliente, de transformación real, que espanta el pesimismo, cambia mentalidades y abre horizontes.
Vaya, junto al deseo de éxito de este programa cultural, mi felicitación a todos cuantos han hecho y hacen posible otra primavera en esta tierra.
‘Visita Albarracín’
Viendo como, durante todos estos años, se sigue revitalizando Albarracín de un modo sistemático y progresivo no puedo por menos de recordar la memorable frase “El patrimonio de antaño son las rentas de hogaño” que tanto repetía el recordado Don Enrique Fuentes Quintana cuando era Presidente de la Fundación Santa María la Real de Aguilar de Campoo. Casualmente, cuando este personaje promovía Los Pactos de la Moncloa realizamos un seminario titulado “El Patrimonio, una riqueza a conservar, difundir y explotar”. En aquel tiempo, a la vista del olvido y del deterioro del patrimonio histórico-artístico y de los conjuntos históricos y centros urbanos, se empezaron a alzar voces a favor de la rehabilitación de monumentos y conjuntos proponiendo su conservación y puesta en valor.
Entendíamos también que el patrimonio era un enorme yacimiento de formación y empleo y que su puesta en valor ofrecía una gran oportunidad para que nuevas generaciones de jóvenes licenciados y artesanos de los más diversos oficios encontraran en revitalización no solo un medio de vida sino sobre todo un espacio en que mostrar sus habilidades y destrezas, ejercer su vocación, conseguir su realización y desarrollo personal y poner en marcha nuevos modelos de promoción cultural y de desarrollo económico y social en espacios y lugares hasta entonces impensables.
Así surgieron las Escuelas-Taller que en pocos lugares fueron tan útiles y eficientes como lo fue la que puso en marcha Antonio Jiménez en Albarracín. Bien es cierto que Albarracín llevaba muchos años de adelanto gracias a la encomiable labor de protección, conservación y promoción que realizó Don Martín Almagro felizmente prolongada por sus sucesores. Merced a este primer impulso, a la acción sostenida de la Escuela-Taller durante varias décadas, y a la puesta en marcha de un potente soporte institucional como es la Fundación Santa María de Albarracín en que participan las instituciones y personalidades más representativas de la región, se ha conseguido el milagro de pasar de la rehabilitación a la revitalización de tal modo que a las labores de recuperación patrimonial se han sumado un conjunto de actividades culturales y de carácter social que llenan de vida y de contenido los espacios monumentales y urbanos recuperados. Y comoquiera que los usos culturales que a lo largo de estos años ha propuesto y sostenido la Fundación Santa María son totalmente acordes con los espacios en los que se realizan, los frutos económicos y sociales que de ellos se derivan saltan a la vista.
Lo más destacable y el resumen de todos los logros es el hecho incontrovertible del “Modelo Albarracín”. Albarracín es no solo un modelo, sino un paradigma. No solo como modo de hacer, de actuar, de programar y de realizar, sino también como modelo de gestión y de promoción.
Viendo lo conseguido en Albarracín no puede uno por menos de lamentarse de los destrozos, las actuaciones irreversibles y las oportunidades perdidas por tantas villas y ciudades de nuestra geografía que han visto, entre la indiferencia y la complacencia, el “sacrificio” de sus monumentos, conjuntos o entornos en la creencia de que el desarrollo estaba reñido con la conservación de la historia y del patrimonio y por este motivo nos parece tan importante el progreso del “Modelo Albarracín”, ya que ha demostrado, de modo palmario, que patrimonio y desarrollo no solamente no son antagónicos sino que, antes al contrario, en muchos lugares la única posibilidad de desarrollo es la conservación y animación del patrimonio como viene haciendo Albarracín durante muchos años demostrando que el patrimonio de antaño son las rentas, la imagen y el orgullo de hogaño.
Por todo ello felicito a la ciudad de Albarracín, a la Fundación Santa María de Albarracín y las personalidades e instituciones que la sustentan y a Antonio Jiménez, y les animo a seguir progresando en sus actividades y sirviendo de muestra a otros e instituciones que andan buscando referentes y modelos de desarrollo para sus comarcas, pueblos y ciudades.
‘Trece años hablando de patrimonio’.
Al cumplirse los diez años de vida de la Fundación Santa María de Albarracín resulta obligado hacer una referencia especial a una de sus actividades que más relación guarda con la propia vocación con la que surgió la Fundación. Las Jornadas de Restauración del Patrimonio, cuyas primeras ediciones se remontan a los momentos que precedieron a la creación de la propia Fundación, han tenido desde sus inicios dos objetivos claros: por un lado resaltar el valor del Patrimonio como recurso de progreso y desarrollo y al mismo tiempo difundir la realidad de Albarracín, como un ejemplo real de aplicación de esa idea, mostrando lo aquí realizado a quienes han venido a participar en las Jornadas, ya fueran ponentes u oyentes.
Las Jornadas han tenido una evolución, como no podía ser de otro modo, al adaptarse a la realidad de cada momento, pasando de contenidos genéricos propios de tiempos en que eran escasos estos tipos de actividades sobre todo en la zona aragonesa, al desarrollo de temas monográficos, en los que, de modo especial en los últimos años, se ha buscado abordar aquellos que tuvieran mayor interés debido a su actualidad o atractivo. Así, de la consideración de temas generales sobre restauración y presentación de ejemplos varios, muchas veces inconexos, se fue pasando a abordar temas más específicos, primero referidos a grandes monumentos, más tarde al patrimonio menor de la arquitectura vernácula, hasta abordar en los últimos años los temas de jardines, paisaje y entornos.
Sin que nunca se haya pretendido hacer de esta actividad un referente nacional, y menos internacional, creemos que las mismas han servido con eficacia a los dos objetivos indicados al comienzo. Los varios cientos de participantes que a lo largo de sus trece sesiones han pasado por Albarracín, bien fueran especialistas, estudiantes, curiosos o simples amantes del Patrimonio, muchos de ellos provenientes de otros países, son hoy sin duda los mejores transmisores, no sólo de lo que se les enseñó en las Jornadas, sino de la realidad que nuestra ciudad puede mostrar con orgullo y de la labor desarrollada por la Fundación.
‘Albarracín y el silencio’
Descubrí Albarracín por primera vez hace 40 años. Era una tarde otoñal. La ciudad me impresionó por sus dimensiones, las maravillas que albergaba en su interior, superando con creces lo que imaginaba encontrar en ella. Pero también me sorprendió su silencio, sólo alterado por el rumor lejano del río Guadalaviar, que perezosamente contornea el meandro. Todavía hoy, cada vez que llego a Albarracín me sorprendo de que sus edificios históricos, sus casas y calles, hayan ido mejorando en el discurrir de estos años y sigan luciendo majestuosamente sin perder esa pátina que otorga el tiempo. Y aún aflora ese mismo silencio cuando desaparecen los turistas, que dan vida a sus calles durante el día, y la luz de la luna destaca la silueta del castillo sobre el caserío.
Quizá sea cruel definir a Albarracín como “destino turístico”, cuando se fue configurando en el pasado para otras funciones, pero no le ha quedado más remedio que adaptarse a lo que los nuevos tiempos reclaman, y lo hace manteniendo esa altivez que le permite su extraordinario patrimonio. Y el gran adaptador a este nuevo destino ha sido y es la Fundación Santa María de Albarracín, que ha sabido mejorar sus atractivos pero manteniéndose atenta y vigilante ante los impactos que este proceso conlleva. En su trayectoria hemos visto la lenta metamorfosis a la que se ha sometido la ciudad, sin ruidos mediáticos excesivos pero con resultados contundentes,…en silencio. La vida cultural se ha visto animada por cursos, congresos, conferencias, exposiciones, conciertos, que muestran una ciudad activa y dan renombre a Albarracín. Alguien podría imaginar el Albarracín actual sin la Fundación Santa María?
Pero cuando nos introducimos en los cañones del río para adentrarnos en el corazón de la Sierra, nos damos cuenta de que el nuevo destino de la ciudad es inseparable de su entorno geográfico y de la vida y patrimonio de sus pueblos. No es posible entender Albarracín sin perderse en el conocimiento de la espectacular naturaleza que le rodea. Hay un mundo por descubrir en su patrimonio natural que debe ir unido a esa adaptación que ha experimentado la ciudad y puede ser el gran complemento para su atractivo turístico. Todo ello si se sabe mantener el adecuado equilibrio entre uso y conservación, siguiendo el modelo que sabiamente ha aplicado la Fundación Santa María durante años en la ciudad de Albarracín, ordenadamente, sin prisas ni ruido, ... en silencio.
El modelo Albarracín’
La conservación integral, e integrada en la vida contemporánea, de la ciudad de Albarracín – un conjunto histórico poco poblado, pero muy rico en valores arquitectónicos y paisajísticos, auténtico ejemplo de lo que hoy se entiende por paisaje cultural – es, sin duda, una de las mejores aportaciones españolas a la teoría y a la práctica de la restauración del Patrimonio cultural de nuestro tiempo. Hasta el punto de que, con toda propiedad, puede hablarse de la existencia de un “modelo Albarracín” a la hora de enfocar y resolver los problemas que plantea el mantenimiento y la revitalización de los núcleos históricos de tamaño mediano o pequeño en zonas de escasa población y actividad económica.
En la creación de este modelo han influido diversos factores: la permanencia de una población articulada en torno al conjunto catedralicio, sin alteraciones contemporáneas de importancia; la acusada conciencia de la importancia histórica de la ciudad pese a su decadencia en los dos últimos siglos, la conexión entre su supervivencia económica y el mantenimiento de los montes y bosques circundantes; y, por último, la sensibilidad, el conocimiento y la competencia profesional de un grupo de personas, apoyado por las instituciones públicas y la Iglesia, que ha conseguido extraer del propio patrimonio cultural heredado, para garantizar precisamente su mantenimiento esencial, un método de actuación y una forma de vida adaptados a las circunstancias del momento.
La constitución y desarrollo en la última década de la Fundación Santa María de Albarracín, a partir de la escuela-taller que se ocupó de la restauración y acondicionamiento para nuevos usos culturales (museo, reuniones y conferencias) del palacio episcopal, ha sido pieza clave en la formalización de este modelo de gestión. Bajo la dirección de Antonio Jiménez, y con el apoyo y asesoramiento, entre otros, del arquitecto Antonio Almagro, heredero del amor por la ciudad de su padre, el gran arqueólogo don Martín Almagro, la Fundación ha implantado un sistema de mantenimiento de los principales inmuebles históricos de Albarracín (el palacio episcopal, la iglesia de Santa María, la Torre Blanca) y del conjunto de la ciudad que se aparta de su uso turístico como principal – o en muchos casos único – objetivo, sustituyéndolo por la oferta y la producción de servicios culturales (cursos especializados, jornadas y reuniones profesionales, actividades de restauración de bienes muebles, manifestaciones culturales) a los cuales se asocia a menudo a los visitantes de Albarracín. Más de un 10% de éstos han participado directamente en el último año en las actividades promovidas por la Fundación.
Es evidente que el valor añadido de este modelo no es sólo económico, sino social y cultural, en la medida en que se adapta de manera perfecta a los valores históricos de la ciudad. El programa de actividades de la Fundación Santa María de Albarracín para el año 2007, que ahora se publica, lo demuestra una vez más.
El “modelo Albarracín”, por tanto, se contrapone a los abusos del uso turístico del patrimonio cultural, desafortunadamente tan extendidos. Podría ser trasplantado en España a muchos otros lugares de parecido tamaño y riqueza cultural y paisajística. Si ello no ocurre es sólo por falta de dedicación y voluntad, no de imaginación, pues el modelo existe y funciona, y bastaría imitarlo.
Es de esperar, pues, que el ejemplo fructifique, y que las autoridades y los agentes sociales en los pequeños y medianos conjuntos históricos del interior de nuestro país se convenzan de su viabilidad. Si queremos impedir la desaparición o desvirtuación de nuestro patrimonio cultural y natural, hay que sustituir la sobreexplotación turística y el crecimiento basado en la expansión urbana por actividades que, sin prescindir del turismo dentro de límites razonables, aporten otros productos y servicios demandados por la sociedad más acordes con el mantenimiento de su valor histórico y paisajístico, en el marco de una inteligente ordenación del territorio y de sus recursos. Así, el “modelo Albarracín” debería pasar a ser el “modelo de la España interior”.
Los pueblos nacen, viven y, por desgracia, mueren cuando las circunstancias son adversas, cuando se quedan obsoletos, cuando se abandonan. Esto sucede aún en el caso de haber sido una población esplendorosa en otros tiempos, como lo fue Albarracín en la Edad Media, aún cuando sus vestigios arquitectónicos sean tan interesantes como aquí lo son, e incluso aunque se pueda gozar, todavía, de espacios naturales casi vírgenes, como es el caso.
Albarracín se quedó obsoleto para la vida del siglo XX y aún más para la del XXI, especialmente su casco antiguo. La gente no se mueve solo por sentimentalismos, así que se fue al llano y dejó las empinadas cuestas de este lugar que, paradójicamente, nació como una fortaleza para evitar invasiones. Las murallas, cuando no defienden a nadie, se convierten en piedras apiladas, piedras con pasado, eso sí. Piedras para la memoria. Afortunadamente, existe gente que cree que la memoria sirve para avanzar y que la belleza de un lugar puede inspirar.
La belleza de Albarracín es evidente: yo estuve aquí dando una conferencia, en junio pasado, en el curso que imparten desde hace unos años Isidro Ferrer y Carlos Grassa, y me pareció un lugar mágico. Su fortaleza, el trazado de las calles, la arquitectura popular y la arquitectura religiosa, la peña, la altura física del pueblo, el azul puro de sus cielos, las noches estrelladas, el aire limpio que parece que te pone bueno con solo respirarlo… Esa belleza no se queda obsoleta si se llena de contenido, si se le busca una razón para existir, si se revitaliza.
Una rehabilitación nunca es suficiente si no va acompañada de un proyecto de futuro, como el de la Fundación Santa María de Albarracín. Es un proyecto que dinamiza el espacio, le da vida, lo hace autosuficiente, no tan esclavo de gobiernos y subvenciones, y le imprime un carácter “cultural”. Porque la cultura es lo que hace latir el corazón de Albarracín. Aquí no solo hay instalaciones idóneas para actividades culturales, sino que hay actividades culturales.
Mi experiencia del año anterior me permitió ver que el curso que se impartía tenía ya recorrido, que alumnos y profesores estaban en contacto directo, que todo estaba muy bien organizado, por eso hay alumnos que repiten. Ese formato tan estructurado te hacía sentir libre. Aquí es fácil aislarse del mundo para reflexionar sobre él pero también es fácil comunicarse con los están aquí.
Albarracín es un lugar perfecto para realizar actividades creativas que revierten en la rehabilitación del pueblo. En un mundo lleno de círculos viciosos, es un placer y un alivio saber que hay lugares donde se ha logrado crear un círculo virtuoso.
El milagro de la convivencia
Teruel es una tierra de paraísos. Y Albarracín, sin duda, uno de ellos: por su entorno, por su orografía, por su historia, por la energía indomable de una naturaleza soñada por un mago. Hace algo más de una década, la Fundación Santa María incrementó las posibilidades de este paisaje de asombrosa textura geológica. Trajo la cultura y sus variaciones a una ciudad con leyenda. Una leyenda que perfila el imponente peso del ayer cuando fue taifa o tierra de frontera, refugio de amores trágicos y campo abrupto del señorío de los Azagra; una leyenda contemporánea vinculada a las apariciones del fantasma de Doña Blanca, a la madera, a la curva de ballesta del río Guadalaviar y, sobre todo, a una concepción del futuro a través de políticas de restauración y de un nuevo concepto de turismo en su sentido más amplio. Albarracín, para quien llega, es como un gran cuadro montado piedra a piedra, tejado a tejado, con ese barniz rojizo de yesos inmortales.
La Fundación, dirigida con mano maestra y con una cabeza a prueba de vendavales por Antonio Jiménez, me ofreció la posibilidad de organizar en mayo unos Encuentros Literarios, en los que siempre ha colaborado Endesa. Dicho y hecho; dicho por Antonio y su formidable equipo (Stephanie, Nacho, Celia, Rosa, Mª Asun, Carmen, Pili…) y empezamos a pensar cosas. Una de las obsesiones iniciales fue que esas jornadas de cuatro días, de jueves a domingo, tuvieran una proyección inmediata en los escolares de la zona. A eso no hemos renunciado nunca: literatura sí, pero para los niños primero; imaginación sí, pero los niños también. Los niños debían oír cuentos, aprender a escribirlos, aprender a soñar y nosotros, que llegábamos allí como intrusos o como turistas en el paraíso, queríamos oírlos a ellos, queríamos asomarnos al fascinante balcón de su curiosidad, queremos soñar mil primaveras de felicidad más junto a ellos.
Hemos organizado seis cursos –narrativa aragonesa, literatura infantil y juvenil, viajeros y fotógrafos, la guerra civil, el exilio, y biografía, memorias y diarios íntimos-, han pasado por Albarracín alrededor de 150 escritores de toda España, y siempre he constatado algo fundamental: cada invitado se sentía como en casa, en puerto seguro, querido, respetado, tratado con exquisitez. Y eso tiene una razón de ser: el equipo de la Fundación que posee la capacidad de acoger a los que llegan, de hacerles sentir en la piel la hospitalidad más sincera. Los Encuentros Literarios no han sido el mayor éxito de público de la Fundación Santa María de Albarracín, pero siempre ha habido un clima especial, camaradería, complicidad, un milagro de convivencia. Y eso ha sido posible, no me ruboriza decirlo ya que aquí no soy lisonjero, porque la Fundación ha querido ser morada de creación, de diálogo, de intercambio, de conocimiento. Sé que me he alargado en exceso, pero creo que nadie podrá olvidarse del día en que Ana María Matute recibió a los niños que acababan de celebrar la Primera Comunión y les regaló, dedicados, sus “Cuentos completos”.
Albarracín es un municipio afortunado y admirable.
Afortunado porque consiguió atraer a un conjunto de circunstancias favorables: el interés de los ciudadanos por salvaguardar su patrimonio cultural, una adecuada respuesta de las instituciones públicas y la suerte de encontrar en la Fundación Santa María de Albarracín a un grupo de gestores entusiastas y cualificados.
Y es admirable, entre otras razones, porque ha sabido combinar conservación del pasado con adaptación a las necesidades del presente, generando además una mejora en las condiciones sociales y económicas de quienes lo habitan, de su entorno y de quienes los visitan.
Albarracín es un modelo a seguir y divulgar. Enhorabuena a todos y especialmente a la Fundación Santa María de Albarracín, imprescindible soporte y la mejor embajadora del municipio que tanto cuida.
Albarracín: La Fundación, patrimonio e historia
En la historia de la humanidad diez años es muy poco tiempo; en la historia de una persona, diez años es mucho; en la historia de una fundación, diez años puede ser todo un mundo, o la nada. Cumple la Fundación Santa María de Albarracín diez años venturosos y plenos. Con la perspectiva del historiador, la tarea desarrollada en sólo dos lustros abruma. Cursos de todo tipo, encuentros, seminarios, reuniones, congresos, pero también libros, conciertos, teatro, y además restauraciones, puesta en valor del patrimonio, difusión de la cultura, presencia en foros nacionales e internacionales, premios, reconocimientos. Diez años después, y como director de uno de los cursos pioneros de la Fundación, he asistido a la conversión de Albarracín en un referente ineludible en dos aspectos esenciales de lo que se ha dado en llamar “la modernidad”: la pasión por la recuperación del patrimonio cultural y la obsesión por el trabajo bien hecho.
Albarracín jamás ha dejado a nadie indiferente, y desde hace diez años, Albarracín –y en ello tiene la Fundación mucha responsabilidad- empapa a cuantos la visitan de una sensación de asombro. Porque sin perder la magia que siempre ha rodeado a esta ciudad de maravillas, el viajero más exigente se encuentra con la satisfacción de que se está desarrollando una labor exquisita, con el respeto que el buen hacer de los seres humanos merece. La Fundación tuvo claro un modelo de desarrollo cultural; ahora, es un ejemplo. Enhorabuena.
Albarracín contemporáneo
Una de las características del actual Albarracín es la excelencia. A ello ha contribuido mucho la Fundación Santa María. Si se ha optado por el Arte Contemporáneo a la hora de dotar de contenidos a algunas de sus infraestructuras (el Museo y la Torre Blanca, en especial), también se ha procurado esa misma excelencia, y se ha preferido optar por hacer menos cosas, e intentar hacerlas bien, antes que caer en la mediocridad. El Arte Contemporáneo, incluso en sus vertientes más radicales, se ha demostrado un excelente invitado para los antiguos interiores, medievales o dieciochescos.
La programación de Arte Contemporáneo ha tenido tres ejes fundamentales. Uno lo han proporcionado las colaboraciones con otras entidades. Muy especial ha sido la colaboración con el Gobierno de Aragón y el Museo Pablo Serrano de Zaragoza. Gracias a ella, Albarracín ha disfrutado en las tres últimas temporadas de la visita de la Colección Escolano. Es ésta una colección de obra gráfica muy amplia, donada al Gobierno aragonés por Román Escolano y sus esposa, Carmen Olivares. En el Museo Martín Almagro, y en tres capítulos sucesivos, se ha podido hacer un recorrido exhaustivo por el Arte, tanto español como internacional, de la segunda mitad del siglo XX. Con nombres como Joan Miró, Antonio Saura o Andy Warhol. No olvidemos, tampoco, la visita de la Colección ENATE o de las cerámicas de Picasso.
Ha sido el segundo eje nuestro proyecto “Estancias Creativas”. Fue una idea que nació en 2003, a raíz de una visita del pintor turolense Gonzalo Tena. El proyecto es fácil de describir: una vez al año, un artista prestigioso trabaja en Albarracín durante varios meses, produciéndose al final de este periodo una exposición y un catálogo. Estas exposiciones pueden viajar a otras ciudades, en virtud de acuerdos con diversas instituciones. Desde el año pasado, los artistas disponen de la “Casa de la Julianeta”, cuidadosamente rehabilitada, como residencia y taller. Tras la experiencia pionera de Gonzalo Tena, los invitados fueron Vicente Pascual (2004) y Oriol Vilapuig (2005). Esta primavera, tendremos en Albarracín al pintor holandés Mark Cohen.
El tercer eje es, por último, la programación de exposiciones temporales, de producción propia. Se ha contado, en la mayor parte de los casos, con artistas jóvenes, pero avalados por un currículo significativo. Citemos, entre otros, a Cristina Silván y Daniel Morata. En varias exposiciones, se ha procurado establecer un diálogo entre el viejo tema del paisaje y las nuevas sensibilidades. Fue el caso de María José Maynar y de Zvonimir Matich. Este tema del paisaje, sus interpretaciones y variantes, se desea como protagonista del calendario de la “Torre Blanca”, renovando así una tradición muy arraigada en Albarracín.
La pequeña Salzburgo
Albarracín ocupa, más que un lugar en el mapa, un espacio en el corazón de los cientos de melómanos que, cada vez en mayor número, acudimos cada año a los seminarios de música que celebra habitualmente en primavera la Fundación Santa María de Albarracín.
A lo largo de los últimos ocho cursos Chopin, Falla, Beethoven, Mahler, Tchaikovsky, Mozart, Schubert, Schumann, Liszt y Brahms han resonado en las paredes del Palacio de Congresos y en el Auditorio de Santa María, mientras los visitantes asiduos contemplábamos con asombro las milagrosas transformaciones que han ido embelleciendo la ciudad año tras año.
Pero no es sólo ésta la actividad musical que la Fundación ofrece; su programación cultural inició hace ya diez años, bajo la coordinación de Carmen Fernández, un amplio y variado Ciclo de Conciertos que reúne cada temporada una veintena de actuaciones, desde solistas y diversas agrupaciones de cámara hasta orquestas en la Iglesia-Auditorio de Santa María, introduciendo esta ciudad en la vida musical europea y convirtiéndola en un “pequeño Salzburgo” a la española.
Y así es como cada año, el paisaje espectacular que rodea Albarracín, sumado al trato exquisito de sus gentes, su arquitectura entrañable, la majestuosidad de su muralla y el arte que impregna cada rincón, han ido creando una atmósfera única que convierte la mera experiencia de un concierto o de un seminario, en una vivencia inolvidable para todos nosotros.